En la víspera de la conclusión de las
ATP Finals,
Andy Roddick y Jon Wertheim se sentaron a diseccionar una de las dinámicas que definen el panorama actual del circuito: el contraste entre
Carlos Alcaraz y
Jannik Sinner a medida que la temporada avanza hacia su desenlace bajo techo.
Lo que surgió fue una conversación reveladora sobre superficies, energía, la psicología del número 1 —y una notable historia personal de la propia carrera de Roddick por el trono de fin de año en las ATP Finals.
Roddick abrió con una observación cada vez más difícil de obviar. Carlos Alcaraz, tras irrupciones electrizantes en grandes torneos —incluido su triunfo en el US Open y aquella actuación “de todos los tiempos” ante Jannik Sinner—, ha sufrido de forma recurrente para sostener su nivel en indoor al final del curso. Pero Roddick enfatizó: no es una crítica a Alcaraz como jugador. Es la realidad de compararlo con la “versión superhumana” de sí mismo.
“Es un tipo que se alimenta de la electricidad de la grada”, explicó Roddick. “Le gusta la atmósfera, le gusta el espectáculo, le gusta ser un entretenedor.”
La gira europea bajo techo, entonces, plantea un problema. Los días son cortos —“estás fuera como cuatro minutos de luz”—, los entornos son artificiales y la energía de la que se nutre Alcaraz se atenúa. Roddick contrapuso esto con la personalidad más contenida de Sinner. “Sinner quizá está mejor preparado para entrar, hacer el trabajo e irse. Carlos quizá necesita inspirarse un poco más.”
El parón de tres meses que lo cambió todo
Wertheim señaló un factor contextual clave: Sinner se tomó un parón autoimpuesto de 90 días a comienzos de año, renunciando a la competición entre el Open de Australia y Roma. Alcaraz, mientras tanto, apenas hizo pausas.
“Es mucho más fácil acabar fuerte cuando has tenido un parón de 90 días”, dijo Wertheim. La ironía es que el único torneo en el que Alcaraz no alcanzó al menos la final entre Miami y el cierre de la temporada fue un cruce incómodo ante Cameron Norrie —una muesca en un año inusualmente consistente.
El patrón más amplio, sugirió Roddick, resulta familiar. Rafael Nadal raras veces cerraba fuerte los cursos, pero más por desgaste físico y la carga acumulada de meses en pista dura. Los desafíos de Alcaraz podrían proceder de la propia superficie.
Tenis indoor: otro deporte
Roddick ofreció una mirada interna de por qué a algunos grandes jugadores al aire libre les resulta menos intuitivo el indoor. Señaló que pocas veces se compite en recintos construidos específicamente para tenis. Las pistas pueden colocarse sobre madera o montarse de forma temporal. El bote es “amortiguado”, lo que limita la creatividad de perfiles como Alcaraz y Nadal —piense en el topspin que salta por encima del hombro, o una dejada de globo en el último instante.
“No obtienes tanto rédito por ser creativo”, dijo. “Que Rafa le arranque el spin por encima de los hombros a alguien pasa a ser ligeramente por debajo de los hombros —eso lo cambia todo.”
Si sumas la falta de luz solar, la ausencia de flujo de aire natural y una energía más contenida en las gradas bajo techo, el tramo final del año se convierte en un rompecabezas psicológico único.
¿Cuánto importa realmente el número 1?
Con Sinner defendiendo su título de las ATP Finals y Alcaraz aún en la pelea por recuperar el número 1, Wertheim lanzó la pregunta obvia: cuando ya has sido número 1 del mundo, ¿cuánto importa volver a esa posición?
La respuesta de Roddick fue precisa. En el día a día, casi nada. Pero el número 1 de fin de año es distinto.
“Es una cifra grande y prestigiosa”, dijo. “Solo unos pocos pueden hablar de ello y entenderlo. Cuando estás a tiro al final del año, importa.”
Roddick recordó que, cuando alcanzó el número 1 por primera vez en su carrera, estuvo aún más motivado para cerrar el año en lo más alto. Y eso dio pie al momento más memorable de la conversación.
La carrera de Roddick hacia el número 1 en 2003: “Me lo puso en la mano”
En 2003, tres hombres llegaron a las ATP Finals con opciones de terminar como número 1: Roger Federer, Juan Carlos Ferrero y el propio Roddick. Federer salió pronto de la carrera. Quedó Ferrero, que necesitaba una gran semana —y que Roddick tropezara. Mientras, Roddick se encontró en una posición inesperadamente vulnerable: extenuado tras 70 victorias y emocionalmente agotado.
Recordó seguir el decisivo Ferrero–Agassi en el móvil de un amigo —un amigo que estaba físicamente en el pabellón en Houston porque entonces no había apps de resultados en vivo. “Andre está sacando para cerrar el partido. Si lo cierra, yo soy número 1. Oigo el rugido del público y lo sé —ya está.”
Su ídolo de la infancia acababa de entregarle el número 1 del mundo. Lo que vino después se convirtió en un recuerdo muy preciado.
Al día siguiente de lograr el número 1, Roddick perdió su siguiente partido ante Rainer Schüttler. Estaba plano, sobrepasado y con la mente ya en la ceremonia. El expresidente de EE. UU. George H. W. Bush —habitual en los torneos de Houston— estaba programado para entregarle a Roddick el trofeo oficial de número 1.
El momento se convirtió en uno de los episodios más humanos y divertidos de la carrera de Roddick. Bush lo felicitó y luego, mientras posaban con el índice en alto, se inclinó y le susurró: “Después de tu partido esta tarde, apuesto a que te apetece enseñarles a todos otro dedo, ¿verdad?”
Roddick estalló en carcajadas —y la fotografía, aún localizable hoy, captó a ambos sonriendo en mitad del chiste.
El peaje emocional de la línea de meta
Roddick utilizó la historia para ilustrar la volatilidad emocional a la que se enfrentan los jugadores al final de temporadas largas. Ya sea por la lucha por un ranking, la fatiga o la intensidad particular de los recintos indoor, el tramo final engaña incluso a las mentes más duras.
Felix Auger-Aliassime, añadió, fue ese “ejemplo perfecto” esa semana de cómo los jugadores pueden oscilar entre la confianza y el bache a medida que el año se apaga.