Al final de la última temporada,
Francesca Jones estuvo más cerca de dejar el tenis que nunca. No porque le faltara confianza en su capacidad, ni porque sintiera que no pertenecía a ese nivel, sino porque su cuerpo, y la lucha constante contra él, la había desgastado.
“Me cuestioné mucho”, admitió Jones a
Tennis Insider Club. “Aún lo hago. Quien te diga que no tiene dudas está escondiéndose detrás de una fachada. No es realista.”
Para Jones, la duda nunca tuvo que ver con su lectura del juego o la ejecución de golpes. Era física. Siempre física. “Sabía que tenía tenis. Sentía que mi juego era lo bastante bueno para estar ahí. Pero la parte física no me respaldó durante mucho tiempo.”
Vivir al borde del retiro
Los números contaban una historia extraña.
Jones jugó alrededor de 15 torneos el año pasado. Se retiró en siete. Y aun así, terminó la temporada en torno al puesto 140. “La gente me decía que 140 no es un gran número, y lo entiendo”, dice. “Pero si lo pones en contexto, sigue siendo un esfuerzo bastante sólido.”
Lo que más dolía no era el ranking, sino ver cómo se acumulaban esos retiros junto a su nombre. “Cuando era niña, solía decir que nunca me retiraría. Moriría en la pista. Nunca me verías retirarme”, dice, riéndose de su yo más joven. “Estoy aprendiendo lo irreal que era eso.” Al final del año, la idea de marcharse dejó de sonar dramática. Pareció posible. “Estuve lo más cerca de dejarlo que he estado en mi vida.”
La pelea física que nunca se fue
La relación de Jones con el tenis siempre ha estado marcada por la limitación y la adaptación. Aprendió pronto que sobrevivir al más alto nivel requería pensar el juego de otra manera. “He tenido que concebir el tenis desde un enfoque muy táctico”, explica. “Por la falta de físico, o entendía cómo jugar contra la rival o no tenía ninguna opción.”
Esa agudeza táctica la mantenía viva en los partidos, pero cuando el
cuerpo no acompañaba, aparecía la frustración. “Puedo sufrir en la pista todo lo que haga falta”, dice. “Horas, partidos, semanas: esa parte no me molesta.”
Nadia Podoroska y la decisión de seguir
En el momento en que Jones estuvo más cerca de parar, una relación la ancló. “Nadia Podoroska fue una gran razón por la que seguí”, dice sin dudar.
Jones pasó dos semanas de su pretemporada con Podoroska, alternando entre entrenar y desconectar mentalmente. Se dio espacio, no solo del tenis, sino de la identidad que la había consumido. Recuerda una caminata en la Patagonia y conocer a una mujer que no tenía idea de lo que era el tenis. “Solo hablamos de la vida”, cuenta Jones. “Necesitaba esos momentos sanos.”
Desmonta rápido la idea de un punto de inflexión cinematográfico. “Esa mujer no cambió mi vida”, dice. “Pero esas experiencias, y tener a alguien mayor que yo en el circuito —a quien adoro recordarle que es mayor que yo— hablando con honestidad de las barreras que ha tenido que superar, me ayudó mucho.”
Francesca Jones en Sao Paolo.
El ‘¿y si…?’ que lo cambió todo
Jones se dio cuenta de que el miedo siempre había condicionado su pensamiento, en especial el miedo a perder inercia. “Soy mucho de pensar ‘¿y si…?’”, admite. “Normalmente nace de un lugar negativo.” Pero con el retiro asomando, cambió la pregunta. “¿Y si funciona? ¿Y si lo haces?”, se preguntó. “¿Cómo te vas a sentir entonces?”
Ese enfoque la llevó a una decisión interna drástica. “Al inicio de este año, dije que este iba a ser mi último año en el circuito”, revela Jones. “Si no terminaba el año dentro del top 100, lo dejaba.”
En lugar de generar presión, le dio libertad. “No sé si ese desapego de lo que necesitaba ser fue lo que me ayudó a tener un año sólido.”
Obsesión, profesionalidad y burnout
Jones siempre se ha enorgullecido de su profesionalidad, pero con el tiempo derivó en obsesión. “Estaba obsesionada con hacerlo todo bien”, dice. “Datos de GPS, calorías, kilómetros recorridos, cambios de dirección.” Cuestionaba a su equipo constantemente. “¿Me he movido lo suficiente? ¿He hecho lo suficiente? ¿He quemado suficientes calorías?”
Ahora reconoce lo rápido que ese enfoque puede quemar a una atleta. “Este año, en la pista estoy obsesionada. Pero fuera de ella, intento aflojar.”
Aprender a compaginar trabajo y vida
Durante la mayor parte de su carrera, Jones vio cualquier cosa fuera del tenis como una amenaza. “Solía pensar que los conciertos o salir pondrían en riesgo mi carrera”, dice. “No bebí alcohol hasta los 21 y, aun entonces, me daba pánico.” Esta temporada está probando el equilibrio, con cautela. “Anoche en Nueva York salí y tomé dos cócteles”, cuenta. “Intento permitirme vivir, sin cruzar la línea.”
La misma evolución llegó con la comida. Tras dietas estrictas e intolerancias que le amargaron la vida, Jones cambió de enfoque. “Ahora como lo que quiero”, dice. “Estoy en el mejor peso en el que he estado. No tengo más lesiones. Mi cabeza está en un lugar mucho mejor.” Su filosofía es sencilla. “Optimizar está bien. Pero si te cuesta ser miserable, no compensa.”
Cuando ‘más’ no es mejor
Incluso ahora, Jones admite que le cuesta aceptar el descanso. “Hay días en los que estoy exhausta, pero pienso que quizá dos series extra marcarán la diferencia.” Un momento decisivo llegó cuando su preparador físico, Steve, se negó a acompañarla a una sesión extra de bici. “Me dijo que podía ir, pero que él no iría porque no debería hacerlo”, recuerda. “Si el tipo cuyo trabajo es entrenarme me dice que no, probablemente estoy haciendo algo mal.”
Aún está aprendiendo la lección. “Más no siempre significa mejor. A veces de verdad menos es más.” Pese a su progreso, Jones no ha asimilado del todo lo cerca que estuvo de dejar el deporte. “No creo que haya procesado este año todavía”, admite. “Quizás cuando acabe la temporada.”
Ni siquiera los momentos lejos del tenis la desconectan del todo. “Me fui a Ibiza un fin de semana, y aun así estaba pensando en el US Open.” Pero ya no lo ve como un fracaso. “Ese es el equilibrio. Puedes irte y seguir cuidando tu trabajo.”
Entrar en el top 100 fue en su día una línea en la arena. Ahora es simplemente parte de un panorama más amplio. “Mi prioridad es jugar una temporada completa”, dice Jones. “Si puedo respaldar este año con otro año completo, eso es enorme para mí.” Evita obsesionarse con el ranking. “El top 50 es un hito, pero no creo que sea la forma correcta de pensar. Solo quiero seguir mejorando.”
Momentos como enfrentarse a rivales de la infancia en los grandes escenarios refuerzan lo lejos que ha llegado. “Fue un momento de círculo completo”, dice sobre su cruce con Diana Shnaider en Madrid. “Por fin sentí que estaba de vuelta jugando contra la gente contra la que quería jugar.”
Las relaciones que la salvaron
Jones habla abiertamente sobre la importancia de la conexión en el circuito, algo que antes creía prohibido. “Mi relación con Nadia es, probablemente, la más importante de mi vida”, afirma. “No solo de mi carrera.”
También comparte un vínculo estrecho con Emma Raducanu con quien dijo anteriormente que hablaba todos los días, basado en la honestidad y la vulnerabilidad. “¿Para qué ocultarlo?”, se pregunta Jones. “Es irrealista fingir que no sufrimos.”
Cree que la cultura en el tenis femenino está cambiando. “Creo que la nueva generación es más abierta entre sí y eso es lo que el tenis femenino necesitaba.”
El año pasado, Francesca Jones se preparaba para dar un paso al costado. Este año, está aprendiendo a quedarse, no forzando más, sino soltando. “Sigo aprendiendo”, asegura. “Pero he hecho ese cambio este año, sin duda.”
Para una jugadora que antes creía que abandonar equivalía a fracasar, la supervivencia ha adquirido un nuevo significado. No solo seguir en el circuito, sino mantenerse íntegra.