El apellido Borg resuena en el mundo del tenis con el eco de la grandeza. Björn Borg, once veces campeón de Grand Slam, es sinónimo de elegancia, frialdad nórdica y dominio implacable sobre la tierra batida. Este fin de semana, en el Barcelona Open, ese mismo apellido volvió a escucharse, pero no con la gloria de antaño, sino con una carga distinta: la del sueño frustrado de su hijo, Leo Borg.
Con tan solo 21 años y ubicado en el puesto 493 del ranking mundial, Leo Borg se presentó a la fase clasificatoria del ATP 500 de Barcelona con la esperanza de abrirse paso hacia el cuadro principal. Pero el destino le tenía preparada una prueba más dura: una derrota en sets corridos ante el británico Jacob Fearnley, por 7-5 y 7-6, que lo dejó fuera de la competición.
Fue un duelo parejo, pero decidido por pequeños márgenes. Leo ganó 78 puntos, trece menos que su rival. Con solo 11 golpes ganadores en el partido, muy lejos de los 30 de Fearnley, el joven sueco nunca encontró su ritmo ni el filo de su juego. Pero lo que más dolió, más allá del marcador, fue la mirada atenta y silenciosa en la grada: la de su padre, Björn Borg, leyenda viva del tenis.
La presión de un apellido ilustre pesa más que cualquier raqueta. Björn Borg, el padre, conquistó 11 títulos de Grand Slam y es recordado especialmente por su imperio en Roland Garros, donde reinó seis veces. Su tenis cambió la historia. Su figura aún impone.
En 1974, con apenas 18 años, Björn asombró al mundo ganando su primer gran título en París, remontando en cinco sets al español Manuel Orantes. Siete años más tarde, cerraba su palmarés allí mismo, ante Ivan Lendl, como un coloso de la tierra batida.